El flamenco es un arte y pertenece a los artistas. Lo demás, es un exudado de su propia condición.

lunes, 13 de abril de 2015

OIDO EN LA BARRA DEL BAR XI

Un niño es preguntado por el maestro, en el colegio, por su filiación.
¿Tu padre? Mi padre es cura.
¿Tu madre? Monja.
Colgaron los hábitos…
¡No! Se los echaron pa’rriba…

***

Una monja sorprende al cura sobre una de sus compañeras, con las faldas subidas.
¡Pero padre…!
Nada hija, la estaba poniendo una inyección
Pues abróchese usted la sotana porque tiene la jeringuilla fuera…

***

…Yo debía ser el más tonto del patio. Allí había gente “guardada” por haber robado millones. A mi me metieron por llevarme tres chapas de uralita de una obra…

***
-Ha muerto el cura que me casó.
-Tó se paga en esta vía.

***

Lo atropelló en un paso de cebra, quedó tendido en el suelo. El del coche dijo: ¡Ten cuidao! El herido respondió: Ahora, ¿qué le vas a dar, pa´tras?

***

Yo estaba en medio del salón. Una voz ordenó:
-¡¡¡ Los invitados del novio, a este lado, y los de la novia a este otro !!!
Yo seguí en el centro, la voz volvió a ordenar:
-¡¡¡ Los que se han movido pueden irse, esto es un bautizo !!!


José Luis Tirado Fernández

ANTES DE QUE MUERA EL ECO


                Conocí un tiempo en el que las hermandades pagaban las saetas. Hoy, en una triste minoría, algunas siguen haciéndolo, sin atender al espíritu de su naturaleza, la médula misma de su razón de ser: una oración que se canta. Hay algunas variantes, dignas de estudio, en un fenómeno que prolifera en la actualidad: las saetas de aficionados que igual en la calle, a las Sagradas imágenes que procesionan en los pasos, que en eventos cofrades –en los cuales participo y a cuyo género he dado en llamar  “saeta de salón”-, en los que habitualmente se canta a un cuadro, cartel,  o excepcionalmente a una imagen tridimensional de Jesucristo nuestro Señor o su Santísima Madre, dan lo mejor de sí mismos con la voluntad del mundo, pero que en ocasiones nos ofrecen estrafalarios, pintorescos y patéticos intentos por ensalzar a Dios con el cante.
                En la calle, la caridad de las bandas de música que interrumpen esos esperpentos, nos alivia, excepto cuando la hermandad tal es de silencio, caso de la Soledad de San Lorenzo, la cual recibe a la entrada de la Virgen un aluvión de oraciones que se mezclan, las de pago, muy dignas y bien ejecutadas, y las de aficionados, con muchas ganas. En los salones, el público asistente, cada vez más estoico y más escaso, se traga lo que le echen.
                Otro fenómeno es el de los chavales de “La copla” que se han arrimado a la cuestión y que son celebrados por el respetable que les reconoce cuando cantan, por haberlos visto a través de la caja tonta.  Me han contado de uno del programa que le cantó a un crucificado y fue abucheado. “Porque tengo los pies clavados, que si no…” debió pensar el Cristo.
                En todos los casos, profesionales, que generalmente lo hacen bien, los aficionados, buenos y malos, y los copleros de Canal Sur, la saeta se ha hecho demasiado ampulosa, quizá recargada y de una duración insoportable. Entre todos la mataron y ella sola se murió, podremos contar un día si antes nadie lo dice o entre todos hacemos algo. Que una saeta de Torres o de la Niña de los Peines duraba un minuto, carajo, y la de Manuel Cuevas, magnífico, insuperable, fantástico, que rompió la madrugada y todo eso, pero duró cuatro y medio. Y el nombre, SAETA, nos conduce a su primitiva intención, un dardo que surca la noche e impacta en la misericordia de aquel que perdona siempre. Breve, eficaz, donde es el sentimiento la primera intención, por delante de la técnica, el talento, la calidad de la letra o la voz.
                Nuestra Semana Santa, y no sólo la saeta, se ha subido al carro del “citius, altius, fortius” olímpico y no deja de ofrecernos nuevos registros, tanto de chicotás, sólos de corneta, rumbitas de Los Chunguitos a tiempo de marcha, costaleros con los ojos tapados y  saetas con machos redoblaos.
                Estoy deseando que llegue la Semana Santa próxima. No puedo dejar de aportar mis humildes, como siempre, opiniones. Porque así la siento, porque la he mamado, porque la amo, porque la he vivido, porque he crecido a su sombra. Porque he escuchado una jartá de saetas.
Y porque este año me ha dado la vena crítica.


José Luis Tirado Fernández

domingo, 12 de abril de 2015

QUEVEDILLAS DE PASIÓN


Y pues pasó, Dolorcitas,
nuestra Semana Mayor,
te ofrezco con estos versos
la humildad de mi opinión.

Antes de empezar la fiesta,
el Consejo se coló,
queriendo imponer el orden
allí do siempre faltó.

Cuando se lo habían creído
les cortó el rollo el Cecop
y a viejos itinerarios
de nuevo les obligó.

¿quieres arroz, Catalina?
pues dos tazas, vive Dios,
que se te quiten las ganas
de caer en tentación.

En otro orden de cosas,
y hablando de “la calor”,
llegó el Domingo de Ramos
rubio como nunca, el sol.

Por su causa se volvía
ardua la respiración
y bajo los antifaces
tórrida la sensación.

Algunos se destocaban
raudos, sin ningún pudor
no ya fuera de las filas,
sino en plena procesión.

Esos buenos nazarenos
que completan la estación
sin salirse de la fila,
son dignos de admiración.

Que estación de penitencia
no es sólo satisfacción,
pues cuando bastos dibujan,
hay que aguantar el tirón.

Otras causas de tormento
que aumentan la devoción
son los malditos parones
por la masificación.

No admiten “númerus clausus”
las hermandades de pro,
sin atender argumentos
ni venirse a la razón.

Que los nazarenos vayan
dispuestos de dos en dos
es lo de toda la vida,
no puestos a repelón.

Si adocenan a los cirios,
ya no entiendo la función
del diputado de tramo,
¿por dónde, por dónde no?

La segunda madrugada,
parece la solución,
pero ¿lo pone en las Reglas
de alguna corporación?

Ya comprendo, Bourrelier,
se cambian y se acabó,
a otra cosa, mariposa,
vamos con otra cuestión.

Decir café para todos,
como el remedio mejor
es un disparate grande
y produce confusión.

No se puede contentar
a toda la población
ni encender por los dos cabos
la vela de la aprensión.

Son cojones  las premisas
de una buena decisión,
que la que aconseja el miedo
son de canguelo y mojón.

Así que a currar, muchachos,
a rematar la misión,
y a poner peras al cuarto
a quien vaya de matón.

Aquí se encienden las luces
y se echa imaginación
o acaba el Consejo entero
como el gallo de Morón.

Dios mio... ¿Qué he hecho yo para merecer esto?


José Luis Tirado Fernández




sábado, 11 de abril de 2015

SILLITAS PLEGABLES

NO OPINABLE: Hay personas que hacen mal uso de las sillitas plegables.

OPINABLE: Deberían prohibir los cuchillos porque hay personas que hacen mal uso de ellos.

NO OPINABLE: Usted tarda más en levantarse del suelo que de una sillita plegable.

OPINABLE: Deberían prohibir sentarse en el suelo.

NO OPINABLE: La gente que hace botellona no usa sillitas plegables.

OPINABLE: Deberían obligar a todo el mundo a usar sillitas plegables, así se evitarían las botellonas.

NO OPINABLE: Las sillitas plegables molestan sólo en Semana Santa.

OPINABLE: Deberían prohibir la Semana Santa.

NO OPINABLE: Personas mayores sin  recursos para sentarse en una silla en la carrera, ven la Semana Santa porque gracias a las sillitas plegables pueden hacerlo.

OPINABLE: Que la vean por la tele.

            Y poco más. Ah, bueno, sí, Don Antonio Burgos, mi admirado escritor, poeta y novelista, plantea el tema como una guerra entre los barrios y el centro. Una guerra sin batallas, porque las tienen ganadas de antemano. Los que van a prohibir las sillitas plegables, todos, tienen sillas en carrera. Algunos de válvula. Una última consideración.

NO OPINABLE: Algunas personas hacen mal uso de las sillas de la carrera oficial


OPINABLE: Deberían prohibir las sillas de la carrera oficial.

José Luis Tirado Fernández