El flamenco es un arte y pertenece a los artistas. Lo demás, es un exudado de su propia condición.

lunes, 30 de septiembre de 2013

LATIDO DE SIGUIRIYA

Marca el luto su rejón ensangrentado
como vértice de daga rompedora
y al viento su mantón de hilo dorado,
impone su pasión la bailaora.

¿Por qué si no es dolor su orgullo llora
tiñendo el tablazón de colorado?
¿Por qué estalla la luz inspiradora
allí donde el tacón ha señalado?

Locura y alboroto del hastío,
golpe del corazón, voz sin solfeo,
centro del universo, poderío
que vuelve realidad cualquier deseo.
Ni el trueno más terrible, ni su brío,
podrán callar jamás su taconeo.

José Luis Tirado Fernández


sábado, 21 de septiembre de 2013

¿SABIA SILVERIO FRANCONETTI TOCAR LA GUITARRA?




El gran Silverio, de apellido Franconetti Aguilar (Sevilla, 6/10/1823 - 30/5/1889), patriarca indiscutible de los primeros balbuceos del cante fue hijo de italiano y andaluza, y testigo de una época en la que los artífices del cante no ejercían generalmente como profesionales hasta que, a su vuelta de unos años por América del Sur, abre en Sevilla un café cantante donde él mismo interpretará los primeros cantos flamencos propiamente dichos, advirtiendo el enorme interés que despierta entre el público.  (De la página web de la a la zeta)



                 Silverio nos mira desde esta foto -¿gelatinohaluro?- con aires de suficiencia. ¿Será verdad que su voz era capaz de destemplar a otros cantaores, como afirmaba Maria Borrico? O, puestos a elucubrar, ¿fue capaz de mejorar los cantes del Fillo o les quitó la enjundia? ¿Son de verdad suyas las cabales? ¿Cuánto llegó a pesar? ¿Es cierto que tuvieron que llamar a una empresa de transportes de pianos para llevar su féretro?
                Como resulta que me gustaría saber las respuestas a todas estas preguntas y también el número del cupón que va a salir mañana, sólo se me ocurre plantear otra, muy curiosa. ¿Sabía Silverio tocar la guitarra?
                 El caso es que algunos estudiosos, a través de argumentos testimoniales, han llegado a averiguar que Silverio se acompañaba, incluso cuando cantaba, en ocasiones, con la guitarra. Un análisis más técnico que el que yo pueda aportar, a la vista de esta foto, podría sacar algunas conclusiones más precisas que las mías. A mí me parece que…

-La mano derecha nos delata que -a no ser que en ese momento estuviera realizando un rasgueo continuo, cosa que dudo porque en esa época la velocidad de obturación era tan lenta que la mano hubiera salido disipada, y en este caso, aparece con sus contornos nítidos-, Silverio está posando, simplemente. Además, parece estar sosteniendo el peso de la guitarra por las cuerdas, ya que no se aprecia si la tiene apoyada en la pierna. Creo que no. El peso de la guitarra gravita sobre esos dedos y el pulgar izquierdo, es impracticable poder mover las manos adecuadamente.

-En la mano izquierda no nos aparece pisando ninguna nota coherente, sino algo que podría asemejarse a un RE si tuviera bien apoyado el índice en cejilla sobre el quinto traste, teniendo, además el pulgar, demasiado abierto, con lo que la presión de los dedos sobre las cuerdas es prácticamente nula.

-Pero ¿posaría un guitarrista medianamente aventajado en esa postura? La manera de colocar el brazo derecho sobre la caja no es desde luego de tocaor.

Para ampliar la teoría, tomamos este montaje, procedente de un web moronense “Morón de la Frontera, historia, flamenco, deportes”, donde aparece Silverio junto a Juan Breva, ambos con guitarra:


                Juan Breva sí sabía tocar la guitarra. Cualquier guitarrista que se haga una foto de pose, es decir, cuando no toca, inconscientemente adopta con la mano izquierda una nota de las más usuales. En este caso, Juan está pisando un Do.

                Guitarristas consultados, profesionales incluidos, me dicen que sobre la boca (nombre del agujero de la caja de resonancia por donde sale el sonido), hay multitud de acepciones, siendo “boca” la más utilizada. Pero hay guitarristas románticos y muy flamencos que le dicen –qué bonito tratamiento- EL OJO DE POLIFEMO, en referencia al poema de Lorca.

En la redonda
encrucijada,
seis doncellas
bailan.
Tres de carne
y tres de plata.
Los sueños de ayer las buscan,
pero las tiene abrazadas
un Polifemo de oro.
Federico García Lorca (1898 – 1936), Poema del cante jondo


José Luis Tirado Fernández

miércoles, 11 de septiembre de 2013

OIDO EN LA BARRA DEL BAR III



…me toca una primitiva, la mitad para ti, y la mitad para mí. Además, le dije que la llamaría todos los días para ver como estaba. Pero hasta la otra mitad soy capaz de darle si se va de España…
***
…eso lo aprendí yo de pequeño, me lo ha demostrado la experiencia. Un hombre sin dinero, es un bulto sospechoso…
***
…que tienes la cara de un canasto de caña…
***
…he pitado en muchos pueblos, pero recuerdo especialmente uno en el que salí al terreno de juego y vi que todos los presentes portaban una escopeta. Entonces, mandé llamar al presidente local. Me explicó que los goles de su equipo los celebraban disparando al aire. Entonces, le pregunté… -¿y qué pasa cuando marcan los visitantes? –Ese caso no se ha dado nunca…
***
…menos mal que en medio del naufragio el capitán puso templanza. Nos enseñó la carta de navegación y señalando un punto, fríamente y sin dudarlo, nos dijo: “Si es una isla estamos salvados, pero si es la cagá de una mosca…
***
…la situación económica es de tal gravedad, que hoy, es rico aquel que no debe nada…
***
…he visto a Manolo Brenes en el autobús. Está bastante bien. He hablado un rato con él, me dijo una frase… El flamenco va a morir en España y va a renacer en Japón…
***
…qué delgadito te veo, Joaquín… na más tienes pellejo y huevos, como los monos en invierno…


José Luis Tirado Fernández

martes, 10 de septiembre de 2013

TERMAS DE CARACALLA



Leves notas dan los pájaros,
sutil  la brisa,
claros azules, ligeros grises, cielo.
Aquí, donde todo es blando y dulce,
¡qué fácil traicionar a la memoria!
Un disparate:
conceder este gozo a la cultura.


José Luis Tirado Fernández

lunes, 9 de septiembre de 2013

TOMÁS DE PERRATE, LA NEGACIÓN DE LO COTIDIANO


            El peligro de mezclar las alubias de dos cosechas distintas es que, cuando están cocidas, unas salen duras y otras tiernas. Me lo dijo mi abuela, cuando entre otras faenas domésticas me enseñaba a espulgar lentejas, deshilar las vainas de las habichuelas o machacar almendras crudas para espesar los guisos. Las personas, como entes pensantes individuales, aplican distintos y variados puntos de vista sobre los quehaceres a realizar y sobre cómo los realizan otros, y de ellas me enseñó mi abuela que cada una tiene una leche. El flamenco es una de esas labores y pocas veces abandona su entorno lógico en las que salga bien parado. En una anterior entrada de este blog pudimos deleitarnos con el piano de Pedro Ricardo Miño acompañado por una hija de Shankar, que tocaba el sitar a compás de bulería como si hubiera nacido en el monte Pirolo, cuando en realidad es londinense. Con tanta basura que pasa por nuestras tragaderas adobadas con el distintivo “fusión”, es de agradecer que de vez en cuando nos podamos permitir alguna astillita.
            En esta ocasión, y  para desmentir la regla, traemos esa excepción oportuna y brillante, como es en este caso una que combina dos bellezas: la salvaje de hembra gitana de Alba Molina, con la de la voz profunda y arcaica, que parece brotar de un disco de pizarra, pero con la calidad que la técnica actual nos proporciona. Dos bellezas.





José Luis Tirado Fernández

domingo, 8 de septiembre de 2013

EL CUARTITO

        José coge la americana y sale a la calle. Los adoquines están apretaos, corre brisa y los estertores de enero le producen escalofríos  en la espalda y el cuello. No sabe dónde ir. Ayer el capataz del muelle no le cogió para el barco que acababa de llegar.  El viernes se espera otro más grande y quizá haya más suerte.
        Los señores han cenado abundantemente, han encendido el cigarro habano y paladean un coñac, a la luz de los candiles. Mujeres con mejillas de colorete y encantadoramente vestidas se insinúan sin pudor mientras van de un lado a otro de la taberna en pos de la clientela.
        Pues yo conozco a Fulanito, que canta como los ángeles y por diez reales le tenemos toda la noche... Habla un hombrecillo calvo con bigotito, dirigiéndose  a la reunión que poco antes había llegado en el carruaje que está aparcado en la esquina. El mayor de todos ellos chasquea los dedos. Un criado vestido a la manera de los cocheros de la época acude a la llamada. Llégate con Aurelio donde él te diga y aquí de nuevo con el cantaor. Los dos hombres salen del local y se marchan en el coche de caballos.
Mientras tanto, José, ha paseado por todas las tabernas de Triana, a ver si algún conocido lo convidaba a media botellita, pero tampoco ha habido suerte. Hoy no es su día. Lo único bueno que le ha pasado es la soleá que le ha escuchado a Frasco en Castilla, que por casualidad estaba allí, alternando con los cabales. Volviendo a casa, ha divisado el carruaje en la puerta de su corral. Le esperaban a él.
         Parece que el día no va a terminar tan malamente. Hoy, José va a beber lo mismo que el señorito, va comer lo mismo que el señorito y a lo mejor tiene ocasión de tocar muslo de la pecadora compañía del señorito, cuya relación junto a la bebida, el cuartito y la depravación provocaron el desprecio de la generación del 98 por el flamenco. Si no hubiera sido por los Machado...
El caso es que José llegará por la mañana feliz a su casa. Los vecinos están de suerte, porque José despierta a sus niños cantándoles siguiriya. Hoy comerán chicha y además su mujer podrá comprar un retal para hacerse un vestido. El cuartito ha solucionado por hoy las tribulaciones de José.



José Luis Tirado Fernández

martes, 3 de septiembre de 2013

HEREJIA, MI PADRE Y EL NAIPE QUE NUNCA EXISTIÓ

Para Ramón Gómez del Moral


            Esta historia viene de lejos, de un tiempo en el que comer era un hecho fortuito y, por provocar esa posibilidad, se hacían cosas asombrosas. Llenar el buche era un listón cuyo desbordamiento era el goce y la satisfacción del ansia de a veces, varios días.
            El hambre le ha dado tantas páginas a las letras como golpes dan las olas en las rocas una noche de tormenta. Y cuántas picardías ha levantado el hambre. Desde las uvas de Lázaro prosiguieron la estela y rondaron, husmeando con las de Caín los pucheros que hierven  tantos miles de famélicos; que el cuerpo de la literatura no tendría esqueleto si  sus hijos no hubieran tenido la oportunidad de narrar sus cuitas. Desde antiguo, hasta el siglo de oro, hasta las hambrunas provocadas por los conflictos bélicos, hasta la posguerra de los cuarenta en España, cuántas líneas, cuánta tinta, cuántas lágrimas. Y lo curioso es que siempre nos lo hemos tirado a risa.

Herejía en la cocinilla de mi madre. Era muy aficionado a los guisos, incluso tenía una receta de arroz con tomate y cuando nos reuníamos para la fiesta, se encargaba él personalmente de hacer la comida. Es curioso comprobar cómo las cocinas en aquel tiempo tenían cerradura, porque eran accesibles desde el patio del corral y había que defenderlas. Podemos ver la llave puesta. Y es que la comida en aquel tiempo era una cosa muy seria.

SE VENDEN PASTELES

            Los trenes de aquella época no eran muy cómodos, asientos de madera, traqueteo, carbonilla, pero era lo que había y la única forma de llegar a los pueblos un poco lejanos a la urbe, ya que a los cercanos se llegaba fácilmente en bicicleta. Nos referimos a los principios de los años cincuenta, cuando España comenzaba a salir de las hambrunas a que fue sometida por la autarquía del franquismo, fechas que supusieron la secuela de aquel sin sentido. En un tiempo en el que abundaban más los piojos que los garbanzos, no debe resultar inverosímil que un simple pastel fuera asunto de los sueños de millones de españoles
            Nunca me contaron dónde compraban los pasteles, pero yo supongo que en los mismos pueblos en que los vendían. Usaban canastos de caña al estilo de los que usaba Emilio el de los mariscos. Herejía me contaba cómo iban los dos un buen día cargados con dos canastos llenos de pasteles; mientras él pedaleaba, mi padre iba detrás en  el trasportín, hasta que el cansancio le hizo quedarse dormido. Cuando se dio cuenta, frenó, comprobando que había dejado caer por el camino la mercancía. Además de vender, canasto en mano, por las casetas, organizaban rifas a la hora de más afluencia de público, en las que el premio era el canasto entero. Iban vendiendo participaciones en forma de cartas de la baraja española, para, finalmente, proceder al corte y ¿entregar el premio? Hasta ahí podía llegar la broma. El naipe premiado jamás había sido vendido. Esos pasteles eran vueltos a rifar, o se vendían en la próxima feria. Cuando se ponían duros, los sumergían en agua con azúcar, los oreaban y vuelta a empezar. Tiempos.

En esta, de mediados de los cincuenta, está mi tío Juan, en el centro, en la feria de Benacazón. Detrás de ellos, puede leerse: "Pasteles a 1´00 peseta"

TE CAMBIO UNA SOTA POR UNA BULERIA

            El de las cartas era mi padre. Siempre las dominó a la maravilla, y no precisamente eran cartas de amor. Lo he visto en la escalerilla, siendo yo pequeño, ir  desplumando a varios golfillos de la plazuela, hasta que de uno en uno, se iban retirando. Durante sus visitas a los pueblos para buscarse la vida, solían también jugar partidas de cartas, con apuestas monetarias, claro que sí. Su juego favorito era el giley, que permite una serie de rondas de envite, hecho que permite a los más aventajados “meter” en apuestas sin interés a los demás, para ir minando poco a poco sus bolsas. También hacían un juego al que ellos llamaban el “cané”, y que se jugaba mucho en la cava de los gitanos, pero ahí no llego yo; ni siquiera sé si es un juego de envite, aunque supongo que sí. Me contaban los mayores de mis mayores, es decir, de ellos mismos, que se entendían no sólo con mirarse, sino en la forma en que respiraba el otro en cada una de las situaciones que iban viviendo. Herejía intentó sin éxito enseñar bailar a mi padre; de lo que estoy seguro, eso sí, es que José sí aprovechó las enseñanzas lúdicas de su amigo.
            Una noche, tras una buena venta y la relajación propia del deber cumplido, entablaron en una caseta una partida con un gitano que también buscaba la vida de feria en feria, pero la carta que le tenía que venir al caló nunca llegaba –para eso estaba allí mi padre- y el final fue un “alégrame el día” en el  cual Herejía metió a su “primo” de cabeza dentro de un barril de agua que allí había, desatendiendo los consejos de mi bato que intentó, o eso me dijo, evitarlo. Incluso le ayudó a salir, impidiendo que se ahogase. Tampoco sé si se lo agradeció, aunque presumo que no. Otro que se quedó buscando el naipe. Y mojado.

José Luis Tirado Fernández

lunes, 2 de septiembre de 2013

CAGANCHO

Dedicado a Orna Timen

Forjó la cadencia pura
tu metal de fragua vieja;
yunque cantor que nos deja
esta dote de hermosura.
Brotó la fatal jondura
que a nuestro tiempo se aferra,
la siguiriya que encierra
el huerto fiel de la cava,
donde plantaste la octava
maravilla de la tierra.

Vino el ángel a buscarte
y te señaló el camino,
reniego yo de mi sino
si no es para venerarte.
Yacen -plenitud del arte-,
cuando los  tercios levantas
los gitanos a tus plantas,
porque de siempre te adoran;
¡si hasta  los niños que lloran
se callan cuando tú cantas!

Sueño de la rebeldía,
vendaval de tu fogata
las finas alas de plata
que avientan tu fantasía.
¡Qué céfiro soplaría
en tu lumbre esa mañana!
No fue la enseñanza humana
ni la voz de la experiencia,
ni te lo prestó la ciencia…
eso… te lo dio Triana.

José Luis Tirado Fernández







domingo, 1 de septiembre de 2013

YO ME QUEDO CON EL CANTE



I
Levante con sus tacones un vendaval delirante,
adorne su pelo negro un rojo de flor sangrante,
robe la luna del cielo y me la tire delante,
que aún sintiendo su grandeza, yo me quedo con el cante.
II
Fabrique con las maderas del arca del almirante
su sonanta, y me dedique su falseta deslumbrante,
le ponga cuerdas de plata y clavijas de brillante,
que aunque divino me suene, yo me quedo con el cante.
III
Parezcan conchas marinas en agitación vibrante,
repicando la cadencia de su estribillo galante;
sea, pues, dulce alboroto que mis ánimos levante,
que aunque traiga primaveras, yo me quedo con el cante.
IV
Suenen sus teclas a gloria y a paraíso distante,
cargue en sus notas talento, de su mente y su talante
frescura le dé al martillo y a sus espectros espante,
que aunque mi espíritu avive, yo me quedo con el cante.
V
Venció el tiempo a la costumbre, y hoy se las da de importante,
pero es ajeno al flamenco, innecesario,  chocante,
caja de remotas tierras, de origen hispanohablante;
no tengo lugar a dudas: yo me quedo con el cante.


José Luis Tirado Fernández